domingo, 2 de noviembre de 2014

Aceptando y sintiendo nuestro propio otoño

Esta semana por nuestras tierras parece que se ha notado ligeramente la llegada del otoño, tanto en una bajada de las temperaturas como en el cambio que lentamente se está produciendo en el paisaje. Incluso ha aparecido la lluvia, bendita lluvia que ayuda a a limpiar, a oxigenar, a dar vida y a alimentar a la Madre Tierra. Aunque llevamos dos meses en esta estación, ha sido ahora cuando han empezado a caer las hojas, cuando el paisaje se está tornando más amarillo, marrón y naranja.

 Desde que recuerdo, mi estación favorita ha sido la primavera: sin el calor tan intenso del verano, pero sin la necesidad de tanto abrigo como el invierno y pudiendo disfrutar de días más largas, de salidas al aire libre. Pero a pesar de eso, siento los últimos otoños son diferentes. Que no son simplemente algo que tenga que pasar.
Lo siento como un ciclo de la tierra, como un proceso dentro del engranaje de la naturaleza que nos trae otras bellezas que si sabemos contemplar nos dejarán maravillados. El paisaje, los tonos,  los días más cortos, el aire que en algunos momentos soplará, las hojas revoloteando, los tractores arando, las ardillas acumulando provisiones, las hogueras, las aves que emprenden el vuelo, los frutos y frutas de esta temporada, las noches más largas... nos invitan a un cambio. 

Un cambio en las costumbres, en los hábitos, en los alimentos que consumimos, en el ritmo. Que bien podemos aprovechar para realizar otras actividades en familia, más de interior, más de contacto íntimo, más de juego en el suelo, más de lecturas.

Incluso más allá. Igual que caen las hojas, que parece que el silencio se hace más patente y que la oscuridad es más presente, ¿por qué no hacemos también nuestra propia estación del otoño? Recogiéndonos, intentando descubrir y quitar las hojas que hemos acumulado en las otras estaciones y que no nos hacen bien, escuchando qué nos dice nuestro silencio en las largas horas de oscuridad, trabajando nuestro campo interior y preparándolo. Es época de recogimiento, de meditación, de reposo, de bajar el ritmo porque nuestra propia naturaleza tan ligada a la del mundo nos lo pide. 

Y si nos trae melancolía, nostalgia, recuerdos... aceptémoslos, vivamoslos, disfrutémoslos. Porque no es solo bello lo que nos hace feliz, sino que todos los sentimientos nos aportan algo único.

¿Y para qué todo esto? Para aceptar nuestras propias estaciones y en los próximos meses dar paso a otras que nos traerán otros aprendizajes. 

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