Se nos presentan unos días con una gran oportunidad para celebrar el ciclo de la Vida. Con el solsticio de invierno, la propia naturaleza nos recuerda el ritmo de crecimiento y de-crecimiento necesario para la evolución: igual que el Sol ha ido cada vez teniendo menos presencia hasta llegar al día de mayor oscuridad, poco a poco, después empezará a aumentar sus minutos diarios. Aun cuando durante los meses más fríos parece que la oscuridad invita al cese de toda actividad, la naturaleza en su interior, sigue haciendo camino silencioso para ofrecer las señales de nueva Vida en la primavera, y recoger los frutos en verano.
Quizás es momento de conectar con ese ritmo que la Naturaleza nos muestra año tras año, recordándonos donde se encuentra la marcha adecuada para acompasar nuestro camino. Es momento de tener encuentros personales de conexión con nuestra propia oscuridad, nuestras propias sombras, nuestro silencio tan revelador...Es tiempo de escucharnos y no temer ante la escasez de Luz porque en la oscuridad, en el recogimiento podemos encontrar respuestas muy sanadoras para los meses venideros. Y parece contradictorio que en el exterior durante estas semanas la sociedad invite a la fiesta, a las reuniones, a los cantos, a las luces por todos sitios,...
Pero no lo es. Siéntelo de otra forma. Las tradiciones antiguas en esta época celebraban el día más corto del año, recordando y manteniéndose en la Esperanza de que el Sol recobraría su presencia y con él resurgiría también la Vida externa de la naturaleza. Posiblemente llegados a este mes, ya habían gastado parte de lo guardado durante el tiempo de cosecha para su alimentación y la de sus animales en los meses fríos, y en las reuniones que celebraban durante el solsticio era un buen momento para poder ayudar a las familias de la tribu que quizás no habían tenido una buena cosecha o tenían alguna necesidad.
Honra las celebraciones actuales